viernes, 28 de abril de 2017

La grieta

No puedo creer cómo la grieta nos acecha, nos carcome, nos invade. Incluso nos gana, nos gana porque es más fuerte que nosotros, más fuerte que nuestros pensamientos.

No te hablo de la grieta entre Macri y Cristina, te estoy hablando de algo mucho más profundo que radica en nuestra forma de ser, en nuestra doctrina como sociedad.

Te hablo de el estúpido hábito de querer pensar todo lo contrario a lo que piensa el otro. Te hablo de lo estúpido que te ves degradando a alguien sólo por no creer en dios, por no ser hincha de tu club, por no compartir tu idea política, por estar a favor o en contra de DERECHOS HUMANOS. Por pensar diferente.

Esa es la grieta, la verdadera y única grieta, la que nos encierra en un solo pensamiento, el nuestro. Que es el único que importa, porque otra opiñión no cuenta para nosotros, enceguecidos en conservar nuestra mente en orden.

No nos damos lugar a conflictos de pensamientos, con lo valiosos que son. Preferimos discutir con alguien, que con nosotros mismos. Preferimos pensar que otra persona está mal, que tratar de entender su punto de vista. Preferimos tratar de imponer nuestra forma de pensar, en vez de educar, de ayudar al otro a cambiar. O, ¿por qué no cambiarnos a nosotros mismos? Si cambiar es crecer.

Pero, ¿Para qué vamos a querer ayudar al otro? Uno no tiene ganas de que le salten a la yugular por el hecho de no pensar igual, por eso prefiere dos cosas (incorrectas): Callar; Entrar en la guerra, y sacudir argumentos fríos, calculadores, sin sentido de debate. Degradar la opiñión ajena no es debatir, es imponer. Nadie es más que nadie para imponer algo, todos somos iguales. Nunca nadie en este mundo lo va a entender. Sólo pensamos en nosotros mismos, no importa nada más, sólo nuestra opiñión.

La grieta es un círculo vicioso, por más que intentes ayudar, dirán que querés imponer tus pensamientos, no importa la forma en que te dirijas. Y si alguien trata de ayudarte, lo más probable es que pienses que está tratando de disuadirte.

Cambiar de opiñión es sano, es aprender, es comprender que antes estabas equivocado. Tal vez no, pero cuando uno cambia, siempre cree que es para bien. Ningún cambio fue hecho en pos de un mal resultado, todos esperamos la satisfacción de encontrar coherencia en nuestros pensamientos. Cambiar es crecer.

jueves, 27 de abril de 2017

La grieta

No puedo creer cómo la grieta nos acecha, nos carcome, nos invade. Incluso nos gana, nos gana porque es más fuerte que nosotros, más fuerte que nuestros pensamientos.

No te hablo de la grieta entre Macri y Cristina, te estoy hablando de algo mucho más profundo que radica en nuestra forma de ser, en nuestra doctrina como sociedad.

Te hablo de el estúpido hábito de querer pensar todo lo contrario a lo que piensa el otro. Te hablo de lo estúpido que te ves degradando a alguien sólo por no creer en dios, por no ser hincha de tu club, por no compartir tu idea política, por estar a favor o en contra de DERECHOS HUMANOS. Por pensar diferente.

Esa es la grieta, la verdadera y única grieta, la que nos encierra en un solo pensamiento, el nuestro. Que es el único que importa, porque otra opiñión no cuenta para nosotros, enceguecidos en conservar nuestra mente en orden.

No nos damos lugar a conflictos de pensamientos, con lo valiosos que son. Preferimos discutir con alguien, que con nosotros mismos. Preferimos pensar que otra persona está mal, que tratar de entender su punto de vista. Preferimos tratar de imponer nuestra forma de pensar, en vez de educar, de ayudar al otro a cambiar, porque cambiar es crecer.

Pero, ¿Para qué vamos a querer ayudar al otro? Uno no tiene ganas de que le salten a la yugular por el hecho de no pensar igual, por eso prefiere dos cosas (incorrectas): Callar; Entrar en la guerra, y sacudir argumentos fríos, calculadores, sin sentido de debate.

La grieta es un círculo vicioso, por más que intentes ayudar, dirán que querés imponer tus pensamientos, no importa la forma en que te dirijas. Y si alguien trata de ayudarte, lo más probable es que pienses que está tratando de disuadirte.

Cambiar de opiñión es sano, es aprender, es comprender que antes estabas equivocado. Tal vez no, pero cuando uno cambia, siempre cree que es para bien. Ningún cambio fue hecho en pos de un mal resultado, todos esperamos la satisfacción de encontrar coherencia en nuestros pensamientos. Cambiar es crecer.

Encasillado

Se puede pensar en el futuro cuando uno está en el presente? ¿Se puede soñar? Cada uno vive en un nivel de ignorancia, de ignorancia en el presente.
El nivel menos alto de la ignorancia, irónicamente suele ser el más peligroso. Cuando alguien sabe mucho, piensa, se pregunta. Puede ser muy bueno en ciertos aspectos, pero negativo en la misma proporción.
Pensar demasiado me lleva a pensar en las cosas negativas que abundan a mi alrededor. Sin poder evitarlo, me paseo en un río de incertidumbre.
El entorno no ayuda para nada. Soy esclavo de mis pensamientos. Y aunque mi situación sea favorable, me encuentro desfavorecido.
Un enfermo del pensamiento no debe tener tiempo de pensar, de disuadir, de darse cuenta de las cosas que le hacen bien y mal. Es tan necesario como peligroso.
Pero, ¿Por qué es peligroso pensar? Si el saber nos da muchas ventajas. Los malos augurios entran en mi cabeza, soy proclive a creer que todo a mi alrededor está mal. Y no, no es así.

La persona que no sabe, no se da cuenta, no tiene dimensión de lo que pasa a su alrededor, suelta sus pensamientos porque cree que no tienen repercusión.
Sus dichos pueden ser equívocos, pero el sujeto piensa que está en lo correcto. Los ignorantes creemos que estamos bien con nosotros mismos, con el entorno, con la vida en sí.
Nadie nos puede derrotar, somos invencibles al pensamiento ajeno, no nos perjudica.
El equilibrio entre estos dos individuos, suele ser alguien grande, alguien que su vida vale la pena.
A menudo creemos que los grandes lo saben todo, pero creo que sólo supieron llegar a la cima.